EL CUENTO DICE ASÍ:
Juan era un niño como todos, aparentemente con una vida normal, acorde a
su edad, pero tenía un problema con su mal carácter. Sus padres habían notado
la gravedad de ese problema.
Todos los días Juan se peleaba con sus hermanos, amigos, compañeros del
colegio o cualquier otra persona que le rodeaba.
Una mañana su padre le entregó un paquete. Juan con inmensa curiosidad
lo desenvolvió y se sorprendió mucho al ver el contenido de ese extraño regalo:
Era una caja de clavos.
El padre lo miró fijamente y le dijo: Hijo te daré un consejo. Cada vez
que pierdas el control de tu carácter y te enojes o contestes mal a alguien y
discutas, clava uno de estos clavos en la puerta de tu habitación.
El niño obedeció las indicaciones de su padre. El primer día clavó más
de 10 y pronto su puerta estaba casi llena de clavos.
Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su mal
carácter, por consiguiente, la cantidad de clavos por día comenzó a ser menor.
Juan descubrió que era más fácil controlar su temperamento que clavar los
clavos. Finalmente llegó el día en que Juan ya no clavó ninguno, porque había
aprendido a ser más tolerante con los demás. Ese día su padre orgulloso, le
sugirió que hiciese lo contrario en la puerta, que por cada vez que pudiera
controlar su mal carácter, sacase un clavo.
Los días transcurrieron y Juan logró quitar todos los clavos. El padre
notó que el niño había aprendido muy bien la lección.
Entonces lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta, y con mucha
tranquilidad le dijo: Haz hecho bien, pero mira los agujeros que tiene la
puerta, provocados por los clavos. La puerta nunca volverá a ser la misma.
Cuando dices cosas con enojo, dejas una cicatriz en las personas igual
que en la puerta. Y no importa cuántas veces pidas perdón, las marcas muchas
veces seguirán ahí. Una herida verbal puede ser incluso más dañina que una
física.
También recuerda que los amigos son joyas muy escasas que llegan a tu
vida. Debes conservarlos, cuidarlos, amarlos y no lastimarlos.
No te dejes llevar por el enojo que solo abriga el corazón del necio. Eclesiastés 7:9
Todos tenemos malos momentos y a veces actuamos con enojo. Esa conducta
nos puede llevar a decir cosas equivocadas, aún a aquellos con quienes tenemos
mayor confianza, sin medir las graves heridas que
pueden provocar esas palabras. Eso puede dañar nuestros vínculos y alejar a los que nos rodean.
Hoy puedes acercarte a Dios y con sinceridad, orar y pedir que su perdón
cubra tu vida y que te enseñe no solo a pedir perdón a los demás sino a amarlos
y cuidarlos para evitar esos daños constantes y así mismo puedas perdonar a
aquellos que te han herido.
Pedirle al Señor que te ayude a crecer en templanza, y paralelamente aprender y desarrollar habilidades de autorregulación de nuestras emociones y reacciones. Pedir ayuda.
Nosotros hacemos el esfuerzo de cambiar y Dios nos dá el don para conseguirlo... como dice la frase popular... "A Dios rogando y con el maso dando"
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