Les dejo este artículo dado que es interesante el debate. No es que en mi propia práctica no haga uso de tecnologías. Por el contrario, he utilizado diversos apoyos, power points, películas, pero sin olvidar el cuento, una frase disparador, o una imágen combinada con la pregunta justa. Con esto quiero decir que el docente debe servirse de todos los recursos estratégicos (no solo las tecnologías) para que el alumno sea el protagonista del proceso educativo, de modo que a la vez que domine el conocimiento, también se apropie de él. Posibilitar que el sujeto educativo construya el propio conocimiento implica un rol docente que resiste el pensamiento único, ya sea la imposición del propio, así como también el de las ideologías dominantes. Sólo así el estudiante encuentra el espacio para desarrollar la propia reflexión y establecer una conclusión que pueda ser fundamentada. No hay errores, solo aprendizaje y un docente que acompaña y facilita.
El docente debe utilizar la tecnología en base a una intencionalidad. Sabiendo para que la usará, como y en que momento del proceso. En este punto el docente es un investigador de su propio grupo y contexto, diagnostica situaciones, evalúa posibilidades, diseña estrategias y realiza innovaciones educativas, solo con el objetivo de adecuar el programa y los temas de acuerdo al perfil de grupo social que coordina. La tecnología por sí sola no es suficiente para que un proceso educativo llegue a buen puerto. No es sólo hacer “PLAY” (Silvia M. Leonardi)
Entrevista a Antolín García es fundador de “conmasfuturo.com y miembro de la Asociación Educación Abierta.
La tecnología está esterilizando la innovación pedagógica.
La tecnología sustituye el cambio verdadero y que importa por el placebo de las pantallas. La educación necesita un cambio de paradigma y la tecnología apenas propicia cambios cosméticos.
La sociedad decimonónica se construyó sobre el aparato productivo de la fábrica y la máquina de vapor. El diseño de la fábrica era fijo, rígido. El ingeniero diseñaba la fábrica y el propietario del capital necesitaba trabajadores obedientes, puntuales, esforzados, capaces de cumplir órdenes. El niño pasaba de obedecer en la escuela a obedecer en el puesto de trabajo. En la escuela, el maestro. En la empresa, el capataz. El individuo obedecía.
El currículo oculto de la escuela coincidía con los valores de la sociedad.
Ahora la sociedad ha cambiado. Pero la escuela no.
Ahora los medios productivos son flexibles y están dispersos. Primero fueron los motores eléctricos, más flexibles que la fábrica construida alrededor del eje de una máquina de vapor. Luego vino el ordenador. E Internet. Y vendrán las impresoras 3-D. El acceso a la información se ha vuelto ubicuo y descentralizado. El trabajador obediente deja de tener sentido. Para aprovechar las oportunidades se necesita gente despierta, con iniciativa, autónoma.
Mientras tanto, la escuela sigue haciendo que los niños obedezcan al profesor. Bueno, al profesor o, si es un colegio moderno, a alguna Aplicación.
Aunque metas tablets en el aula, los niños pueden ser muy pasivos, dependientes de una autoridad central que tiene todas las respuestas. Puede llamarse profesor. Pero también APP, CD ROM o Web. Es lo mismo.
Por supuesto, la tecnología aporta mejoras. Un programa puede adaptarse a las necesidades individuales de un niño. Es como si tuvieras un profesor por cada alumno. Permite adaptar la enseñanza a su ritmo personal. Si hace falta, el niño repetirá las tareas una y otra vez, hasta dominarlas. La retroalimentación es inmediata. Hay informes del avance. Y, por si fuera poco, a los niños les encanta trabajar con pantallas.
Es una mejora. Es como si cada niño tuviera un profesor particular.
Claro que para el taylorismo también sería una mejora que cada empleado tuviera un jefe controlándole individualmente. Y si lo hiciera con la precisión de una máquina, mejor.
Pero mejorar algo no es cambiarlo.
La mejora en la educación no pasa por aplicar los valores de control y supervisión con mayor eficacia. Necesitamos un cambio de paradigma.
El problema es que, mientras los colegios estén satisfechos porque están haciendo “algo” metiendo pantallas en las aulas no se fijará en lo que de verdad importa, que es el método pedagógico. Estamos sustituyendo la verdadera reflexión pedagógica por tecnologías que “molan” y quedan bien en los folletos que entregamos a los padres.
En realidad, para hacer este cambio no se necesita tecnología. De hecho, estamos rodeados de ejemplos de educación maravillosa. Eso es lo que sucede cuando aprendes a jugar a las cartas. O cuando aprendes un idioma. O cuando te incorporas a un puesto de trabajo. O en los proyectos de muchos de los profesores que optan por una nueva educación.
Pero también sucede en las aulas de los colegios menos mediáticos cuando un profesor transforma un aula en un mercado para que los niños aprendan matemáticas interactuando entre ellos o lleva a los niños de la ESO a dar clases a los más pequeños . O con el método Montessori. O cuando un profesor da clases con la boca cerrada. En realidad, estamos rodeados de ejemplos de una educación maravillosa.
Pero la nueva pedagogía es difícil de poner en marcha a base de kamikazes individuales haciendo la guerra por su cuenta. Dar clases según la nueva pedagogía da trabajo. Mucho trabajo. El profesor innovador tiene que crear sus propios materiales, sus evaluaciones, investigar, buscar ideas… Es como un hombre orquesta haciendo el trabajo que antes hacían los equipos de las editoriales formados por decenas de expertos. Y así cada profesor individual. Todos reinventando las mismas ruedas en una suerte de mito de Sísifo colectivo.
La tecnología debería ser el facilitador de la innovación pedagógica, reducir la fricción para que la nueva pedagogía sea más fácil y amigable para los profesores. Pero hasta en eso está fallando la tecnología.
La tecnología educativa en vez de ayudar, da miedo.
Muchos profesores viven con ilusión la expectativa de meter tecnología en sus clases. Pero otros muchos tiemblan. Es curioso, porque seguramente todos ellos usan la tecnología con avidez en su vida privada.
La tecnología educativa lejos de ser una liberación es un problema. Algunos (bastantes) profesores llegan a pensar que “ sólo es necesario saber usar internet o una tablet para dar una clase que sea una ventana al futuro”.
Casi todas las tecnologías educativas que nos ofrece el mercado son vistosas, luchan por llamar la atención del alumno. Vídeos. Gráficos. Multimedia. Ritmo. Son como ese profesor que lucha por llamar la atención del alumno con todos los recursos a su alcance. Una vez más, el centro de todo es el profesor o la aplicación y el alumno algo secundario. No. La tecnología no cambiará nada en la educación hasta que aprendamos que el protagonista es la persona, no las máquinas. La revolución llegará el día en el que la tecnología educativa se haga transparente y para que las personas puedan verse entre si. Las personas deben comunicarse con otras personas, no con una máquina.
La tecnología debe pasar a un discreto segundo plano y ceder el protagonismo a los propios alumnos. Además, debe hacerlo haciendo la vida del profesor más fácil. Ese día la educación vivirá una primavera maravillosa. Predigo que ese día está más cerca de lo que puede parecer. Y ese día no sería posible sin la ayuda de la tecnología bien entendida.
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