FASES DEL DUELO La simple observación de un alma en duelo, así como la literatura de siglos y recientemente algunos estudios de especialistas, constata etapas por las que se suele pasar en el proceso de elaboración del sufrimiento. - Aturdimiento inicial: el sufrimiento puede dejar anestesiado, perturbado, mudo, incluso privado de autonomía de pensamiento, palabra y acción. - Lamentación: surgen las primeras expresiones inarticuladas, las exclamaciones, abundan los gestos, viene la queja: "¡No lo puedo creer!" - Negación: "¡No, no es cierto!" - Rechazo: ¡No, no lo acepto! - Miedo y ansiedad: "¡ Y si me sucediera...!" - Culpa: "¡Si yo no hubiese...!" - Bronca: "¿Por qué a mí?" "¿Por qué se lo hicieron, Dios?" - Tristeza profunda "¿Qué sentido tiene ya...?" - Resignación: "¡Me tocó a mi. Es la fatalidad!" - Recobrando serenidad interior: "¡Después de tanto sufrimiento, estoy recobrando la paz!" - Integración y resignificación: "¡Hay que volver a vivir. Mi ser querido me quiere feliz!"
La sabia psicología humana necesita de estas fases para encajar un golpe tan fuerte. Lo preocupante es estancarse en una de ellas y no llegar a la aceptación y superación.
Duelo - Su finalidad Muchos creen que en el duelo hay que dejar pasar el tiempo que todo lo cura y considerar el sufrimiento como propio, exclusivo y no compartible; no hablar y sufrir en soledad y en silencio; procurar despejarse y evadir los recuerdos; vivir como si nada hubiera pasado, cayendo así en una especie de sumisión ante el fatalismo. ¡Es un gran error! Otros, por el contrario, creen que el duelo es un continuo lamento y desahogo exteriores, situándose en un estilo de vida eternamente infeliz; o recluyéndose en un mundo imaginario por sentirse agobiados por la realidad. ¡No es lo correcto! No es tampoco el duelo para olvidar ni para dejar de amar al ser querido muerto. ¡Sería absurdo! La finalidad del duelo es dar expresión y cauce sano a los sentimientos, serenando el sufrimiento, dominado la pena de la separación, aceptando la realidad de la muerte, integrando la extrañeza física, reorientando positivamente la energía afectiva con un proyecto pleno de sentido, amando con un nuevo lenguaje de amor al fallecido a quien, los que son creyentes, pueden poner en las manos misericordiosas de Dios.
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