ALIMENTACIÓN Y CEREBRO
Nuestro cerebro no sólo es el órgano de mayor consumo energético, sino también es el compuesto por mayor cantidad de lípidos –grasas–. Por consiguiente, no es equivalente que parte de esa energía provenga de una alimentación compuesta mayormente de grasas saturadas, como las provenientes de la manteca, que de grasas insaturadas, derivadas del pescado o los frutos secos.
¿Por qué es tan importante esta diferencia?
Porque nuestra alimentación no sólo es vital para el buen funcionamiento de nuestro cerebro, sino que también se convertirá en parte de su composición. Por lo cual no es lo mismo que nuestro cerebro se encuentre compuesto por grasas provenientes de las papas fritas, que de las procedentes del aceite de oliva.
Diversas investigaciones, como las llevadas adelante por la Universidad de Minnesota, mostraron que la buena alimentación (principalmente la compatible con la “dieta mediterránea”), no sólo disminuiría los riesgos de sufrir accidentes cerebro-vasculares, sino que también ayudaría a proteger las funciones cognitivas ante el envejecimiento