HIJOS FELICES PERO ESCLAVOS DE LOS DEMÁS?
(resumen de la entrevista que le realizó Carlota Fominaya, para ABC.es)
Para el filósofo Gregorio Luri, buen conocedor del mundo educativo, y autor de «Mejor Educados» (Ariel), dice que es mucho más sensato enseñar a nuestros hijos a superar las frustraciones inevitables que hacerles creer en la posibilidad de un mundo sin frustraciones.
Luri, además, es especialmente crítico con aquellos que desean hijos felices. «Primero, yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida, no a la felicidad. Y no se puede amar a las dos al mismo tiempo. Porque la felicidad solo se puede conseguir jibarizando a la vida»
Así lo asegura el ensayista navarro para quien la infancia no puede ser enteramente feliz dado que. «La vida es muy compleja. Otra cosa es que pueda haber momentos de gran alegría en la infancia. Pero también pueden haber momentos de sufrimiento que debemos enseñarles a enfrentar.. «Eso sí, teniendo también claro que no queremos hijos infelices, tan solo enseñarles a querer a la vida a pesar de que esta sea injusta, tacaña, austera, y que a pesar de esos momentos negativos que existirán, eso no implica que tenemos una vida infeliz.
Actualmente se presenta la felicidad recortando los aspectos amargos de la vida.
—A cualquier padre que se le pregunte responde que quiere un hijo feliz. Y es abrumadora la sobreoferta de obras de psicología y de noticias que indican el camino más corto para llegar a la felicidad.
—Hay un sector de educadores postmodernos que se han convertido en el aliado más fiel de la barbarie acaramelada, recortándo la realidad y substituyéndola por una ideología de un mundo de «teletubbies».
..." Personalmente, me resultan más atractivas la valentía y el coraje de afirmar la vida. Tenga usted un hijo feliz y tendrá un adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones, o de alguien que le va a mandar en el futuro".....
Por ello hay que preparar a los hijos a asumir la complejidad del mundo. Como seres humanos nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más altas.
Enseñarles a ver la realidad, a sobrellevar sus frustraciones, a sobrellevar un no. Estamos creando niños muy frágiles y caprichosos, sin resistencia a la frustración, y además convencidos de que alguien tiene que garantizarles la felicidad. Y si alguien no se la garantiza, se encuentran ante una desgracia metafísica. Porque cuando nuestros hijos salgan al mercado, la sociedad no les va a medir por su grado de felicidad, sino por aquello que sepan hacer, que es exactamente lo que se le pide a las personas con las que nos relacionamos.
Pero... ¿para qué estamos preparando nosotros a nuestros hijos? Para ser felices, mientras las madres «tigre» chinas, por ejemplo, entrenan a sus hijos para que sean capaces de ir a cualquier universidad del mundo. Nos puede parecer que son demasiado estrictas, pero la realidad de los resultados de sus hijos nos obliga a no hacer demasiadas bromas con ellas, porque existe la posibilidad de que en el futuro sean los jefes de los nuestros. ¿Conclusión? Queramos hijos felices, que tendrán que ir con su currículum de la felicidad a buscar trabajo en empresas chinas.
—En este sentido, este autor aboga por las escuelas tradicionales, frente a otras modernidades pedagógicas que añaden a su propuesta de hacer felices a los niños algo que parece más serio: «hacerlos mejores personas». ¿Pero se puede puede ser mejor persona sin conocimientos, sin capacidad para mantener la atención, sin competencias, sin hábitos?
—También aclara en su obra que la escuela perfecta no existe: Cada escuela tiene sus puntos débiles. Y esto causa una cierta frustración a muchas familias, pero así son las cosas: no existen ni la familia ni la escuela perfecta. Lo que hay que pensar es en el clima intelectual de la familia y en los hábitos de trabajo que reinan en ella. Esos serán mejores indicadores del éxito o el fracaso escolar del niño que la escuela misma. Y, desde luego, el trabajo diario de los niños nos predice con más fiabilidad su futuro éxito que la cantidad que paguemos de cuota escolar.
—Los padres de ahora, ¿son demasiado flexibles con sus hijos?
El autor opina que no es que sean flexibles, sino es que están PERPLEJOS. Frente a los que dicen que han dimitido su autoridad, Luri opina que los padres están preocupados, más que nunca antes, quizás demasiado, constantemente pendientes de lo que debe hacer su hijo, de ser padres perfectos.
Pero los hijos deben aprender que sus padres son humanos e imperfectos. Madurar implica aprender a amar a los que te rodean a pesar de sus fallas.
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